lunes, 23 de junio de 2008

Necesidad de detener el avance de la desertificación

A raíz de distintos procesos y grados de erosión de los suelos, se estima que en nuestro país el proceso de desertificación avanza a razón de 560 mil hectáreas por año, lo que se traduce por la pronto en pérdidas económicas y sociales de enorme magnitud, especialmente en un país de características agrícola-ganaderas como lo es la Argentina.

Así, se calcula que en nuestro país más de 60 millones de hectáreas sufren procesos erosivos de moderados a graves. Entre las principales causas de este deterioro, los expertos señalan el cambio climático, la pérdida de la fertilidad del suelo a causa de los cultivos intensivos, la falta de rotación de cultivos que permitan descansar a la tierra y el empleo de cierta maquinaria agrícola, como el arado de reja.

En el caso de nuestra Provincia, la irrupción climática de los ciclos secos, más la degradación de la tierra derivada de la sobreexplotación de la que fue objeto durante el último ciclo húmedo, se conjugaron en la situación que se vive por estos días en numerosos distritos bonaerenses, castigados por sequías pocas veces registradas en la historia.

Según se señaló anteriormente aquí, el último ciclo húmedo se inició en 1973 y se extendió hasta el 2000, dando paso a un nuevo ciclo seco que se ve en la actualidad agravado por la sobreexplotación a la que se habría sometido a las tierras productivas durante el último período húmedo.

Existe además otro tipo de degradación de los suelos, derivada del creciente avance de la deforestación, al punto de que en los últimos 75 años disminuyó el 66 por ciento de la superficie forestal natural, por la sobreexplotación para la producción de madera, leña o carbón.

Estimaciones realizadas demuestran que, en el país, de 106 millones de hectáreas antes cubiertas por bosques nativos que existían en 1914, quedan en la actualidad poco más de 30 millones de hectáreas forestadas. Sobre esta ecuación surge que, de continuar con ese ritmo, este valioso recurso desaparecería por completo en 2036.
Intimamente relacionado a ese fenómeno, se encuentra en peligro de extinción el 40 por ciento de las especies vegetales y animales de las regiones marginales. Los especialistas también destacan que las actividades mineras e industriales extractivas producen desertificación.
Recientemente las Naciones Unidas declararon que la superficie fértil de la tierra, el manto vegetal y los cultivos sanos son los primeros heridos graves de la degradación de los suelos, lo que causa escasez de agua y alimento, grandes hambrunas, migraciones en masa y pérdidas económicas millonarias.

La degradación del suelo constituye, sin dudas, un gravísimo problema que las autoridades de nuestro país, tanto nacionales como provinciales y municipales, debieran reconocer y, desde luego, enfrentar. El sector público junto a diferentes actores de la sociedad civil deberían acordar y poner en ejecución planificaciones ambientales que resulten tan persistentes como eficaces. No faltan para ello especialistas de probada capacidad que pueden aportar conclusiones actualizadas.
No se carece tampoco de planes de acción ya experimentados, que pese a sus limitados campos de aplicación han demostrado ser valiosos para detener una progresiva degradación del suelo, cuyo efecto se traduce no sólo en generar cuantiosas pérdidas económicas sino en proyectar hacia el futuro una amenaza cierta para la calidad de vida de las generaciones venideras.
Fuente: Diario LA CAPITAL (La Plata)
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