jueves, 24 de septiembre de 2009

La herida de Malvinas aún no cierra

Por: Federico Lorenz
Fuente: HISTORIADOR, AUTOR DE "MALVINAS. UNA GUERRA ARGENTINA"
A días de la visita de familiares a las tumbas de los caídos en Malvinas, es necesario revisar el sentido de aquellas muertes, producidas dentro de un contexto histórico que habilitó tanto la masacre interna de sus jóvenes como la guerra.
Los muertos son un espejo de las sociedades. Lo que hagamos con ellos dirá más acerca de nosotros mismos que sobre los que ya no están. En paralelo, los homenajes, las conmemoraciones, la escritura de la historia misma, colocan a los idos en el lugar de testigos de la introspección de los vivos. Es una relación cambiante a lo largo del tiempo.

Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XIX emerge un elemento común a muchas naciones: el respeto a los muertos por la patria. Al calor de la Revolución Francesa y las guerras de independencia se desarrolló el culto por los soldados-ciudadanos, encarnación de los ideales de honor y patria. Las repúblicas modernas impulsaron una religión laica en la que la máxima entrega a la comunidad pasaba por dar la vida en el campo de batalla.

Educados en esta idea, millones de seres humanos se movilizaron en ocasión de las dos guerras mundiales. Resignificada, alimentó el ideario revolucionario de millares de jóvenes durante la segunda mitad del siglo XX.En vísperas del Bicentenario, vale la pena preguntarnos por las relaciones que establecemos con los muertos por la patria. Indagar dentro de nosotros mismos, pero también vigilar las manifestaciones oficiales o sectoriales, para ver qué lugar les asignan en la historia. Tuve una alumna, en una escuela de adultos, que hace años esperó a que yo terminara de hablar, en ocasión de un 2 de abril, y se acercó para contarme que uno de sus hijos había muerto en la guerra de Malvinas, y el otro estaba desaparecido. Aún no podía, me dijo entonces, saber cómo sentirse. No entendía lo que le había pasado. Su única certeza era un dolor aumentado por la perplejidad.

¿Qué discurso patriótico incluiría su experiencia? En nombre de la patria, uno de sus hijos murió en Malvinas, y también en su nombre fue secuestrado el otro, que como militante muy probablemente invocaría a la misma patria en sus consignas. En estos días los argentinos seremos testigos de la visita de los familiares de los caídos en Malvinas a las tumbas de sus seres queridos. Existe un nivel privado de diálogo con los muertos, que es sagrado: aquel de sus deudos, de los que los sobrevivieron. Pero en el plano colectivo, el reencuentro masivo con los caídos por la patria obliga a una reflexión mayor.

En el páramo donde está emplazado el cementerio de guerra argentino, en Darwin, las hileras de cruces blancas son un jalón que hemos puesto en la historia. No es cuestión de revisar el compromiso de los muertos, o el sentido que sus deudos dan a su muerte. Se trata de preguntarnos, no tanto por la idea de patria que tenían los que murieron, sino por la nuestra: la de entonces, y sobre todo, la que imaginamos hoy. La experiencia de la guerra de Malvinas, un hecho bélico en una época signada por el terrorismo de Estado, no debería ser despachada mediante la apelación al discurso patriótico que funcionó durante décadas, y que cayó por su propio peso tanto en los sótanos de la ESMA como en las islas del Atlántico Sur. La muerte iguala, pero no el análisis.

No se trata de equiparar los muertos en Malvinas con las víctimas de la dictadura, sino de encontrar los hilos culturales que llevaron tanto a la masacre interna como a la guerra. Los caídos en las islas fueron hijos de un contexto histórico concreto, y la guerra en la que combatieron y que segó sus vidas debe ser evocada dentro de él. Abstraerla y narrarla con el tono sagrado de las efemérides escolares rompe una relación básica con los muertos: respetarlos como sujetos de un proceso histórico. Al llevar sin más la guerra de Malvinas al panteón de las guerras por la patria ofendemos a los ciudadanos conscriptos que marcharon a combatir sin las manos manchadas de sangre de compatriotas.

A la inversa, ofrecemos un refugio sagrado a quienes la invocan para amparar aún hoy esos crímenes. La patria generosa e incluyente imaginada en el primer Centenario devoró a finales de ese mismo siglo a sus propios hijos. Lo hizo con la complacencia de distintos sectores sociales por la mano de sus Fuerzas Armadas. La misma conducción que implementó el terrorismo de Estado produjo en 1982 la guerra con Gran Bretaña. Hoy, las apelaciones a la patria no deberían poder ser semejantes a las que se hacían antes de esas dos heridas profundas en la memoria nacional. ¿Qué patria imaginamos en vísperas del Bicentenario? A contrapelo de los aniversarios redondos, que invitan a las idealizaciones, el homenaje a los muertos por la patria es la pregunta permanente, aunque incomode.

Foto: http://www.eduardoeurnekian.com/wp-content/uploads/2009/08/eurnekian-cenotafio1.jpg
Fuente: Diario Clarín

1 comentario:

  1. Hace muy bien en distinguir a los valientes que lucharon de los que abusaron de su poder. Reconciliación sí, para construir el futuro. Olvido nunca para no repetir errores del pasado.

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