sábado, 19 de marzo de 2011

Opinión: No dejen que gane Khadafi

Por Christopher Hitchens (periodista y ensayista británico-estadounidense. Es columnista de Vanity Fair y de Slate Magazine. La Institución Hoover en Stanford, California, le otorgó la beca en Medios Roger S. Mertz)
La postura de la escuela "realista", y sus objeciones a un involucramiento adicional o más rápido en la crisis de Libia, puede resumirse como sigue:

1) Libia contiene demasiados interrogantes como para que sepamos con seguridad a quién estaríamos apoyando. Así que corremos el riesgo de violar el principio de "primo non nocere", o "primero no dañar".

2) La calma relativa en Trípoli, cuando se compara con la agitación en Bengasi, apunta a una histórica división este-oeste entre las ex provincias de Tripolitania y Cirenaica, la cual antecede a la formación del Estado libio moderno y podría ser desestabilizadora en sí misma. Occidente podría encender inadvertidamente un regionalismo sectario que culmine en la fragmentación o la partición.

3) El Consejo de Seguridad de la ONU no legalizará los medios con los cuales remover a Muammar Khadafi.

4) El mundo árabe es altamente receloso sobre la intervención occidental y veloz para ofenderse por cualquier cosa que huela a colonialismo redivivo.

5) Una "zona de exclusión aérea" es menos sencilla de lo que suena, ya que necesariamente involucra un enfrentamiento con un sistema de defensa antiaérea de fabricación rusa y casi seguramente requeriría el siguiente paso, que sería una acción militar con hombres en el terreno y quizá un periodo de ocupación, para lo cual los augurios no son alentadores.

6) El cambio político en Libia, en cualquier caso, debería ser tarea - como con los precedentes de Túnez y Egipto - de fuerzas sociales locales.

Los dos primeros puntos son bastante firmes, pero se vuelven menos persuasivos a menos que uno suponga la persistencia en el poder del clan Khadafi. La evidencia real, sin embargo, es que Khadafi el patriarca ha alcanzado su momento Ceausescu -Nicolae Ceausescu fue el errático dictador rumano derrocado por una revolución en 1989-: una caída total (en sentido literal) en la paranoia, la megalomanía y la falsa ilusión.

Sus discursos y apariciones recientes lo han mostrado exudando locura e histeria. Su edad y estado de salud, en cualquier caso, ponen un límite muy claro a la duración de su régimen. Si ese régimen implosiona mientras él sigue "en funciones", entonces de todos modos se incurrirá en las consecuencias sombrías que prevén los realistas. Las armas caerán en las manos equivocadas; las tácticas de divide y vencerás (ya en práctica) se intensificarán; las pasiones religiosas y tribales se avivarán deliberadamente. La principal diferencia será que meramente observaremos mientras esto sucede.

Valdría la pena recordar que, cuando, en 1989, Ceausescu trató de ir a la guerra con su propia población, el entonces secretario de Estado estadounidense James Baker hizo la declaración pública sin precedentes de que Estados Unidos no objetaría una intervención rusa para evitar mayor caos y miseria en Rumania. ¿Los rusos y los chinos están tan casados con los detalles legales, o tan orgullosos de su asociación con Khadafi, que repudiarían un discurso del presidente Barack Obama en el cual pidiera reciprocidad? No podremos saberlo si no se pronuncia nunca ese discurso o incluso se contempla.

Además, en cuanto a los puntos tres y cuatro, la Liga Arabe ha roto ahora con décadas de letargo, declaró ilegítimo al régimen de Khadafi y llamó a la imposición de una zona de exclusión aérea. Esta resolución sin precedentes, que no es contradicha por ninguna opinión a favor de Khadafi perceptible en la legendaria "calle árabe", parece restar mucha fuerza a la preocupación realista sobre la opinión regional. La población chiita no ha olvidado el papel de Khadafi en la desaparición y presunto asesinato del imán libanés Musa Sadr en 1978; funcionarios sauditas han sido blancos de sus escuadrones de la muerte; y muchos otros Estados tienen motivo para resentir su intromisión criminal a través de los años.

Khadafi también es particularmente despreciado en Egipto, cuyas fuerzas armadas Estados Unidos ha estado sosteniendo en un alto nivel de sofisticación (y a gran costo) durante varias décadas. ¿El gobierno de Obama no debería estar presionando ahora a Egipto para que dé mérito a la votación de su Liga Arabe y asuma una parte de la responsabilidad por el cumplimiento de la ley localmente? Sería un grandioso bautismo para la nueva república egipcia. Pero, de nuevo, uno escucha sólo el sonido del barajeo de las cartas.

En cuanto a la factibilidad de una zona de exclusión aérea, señalé hace varias semanas lo que no pude evitar notar en dos breves visitas a Libia: todo el país es de hecho una larga franja de costa con una vasta región desértica tierra adentro, que colinda con un mar donde la fuerza más poderosa por mucho es la Sexta Flota. Este punto elemental había sido abordado y detallado en un concienzudo - casi se podía decir realista - artículo de James Thomas y Zachary Cooper en The Wall Street Journal. Estos dos expertos del Centro para Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias, un instituto de investigación política no partidista, enfatizan que "a diferencia de los Balcanes e Irak, las ciudades más pobladas y las bases aéreas de Libia se sitúan cerca de su costa, y la mayoría se ubican a menos de 16 kilómetros de la orilla". Este simple hecho geográfico nos da la opción de usar misiles basados en barcos y aeronaves sin enviar ningún avión al espacio aéreo libio, lo que los autores llaman una "zona de exclusión aérea a distancia".

Hay varias otras tácticas de bajo costo que pudieran afectar a las probabilidades, como intervenir las ondas aéreas de Khadafi. Pero lo que asombra principalmente no es la ausencia de recursos -o, en realidad, de opciones-, sino la ausencia de preparación. Cuando empezó la crisis libia, y por algún tiempo después, la Sexta Flota ni siquiera tenía un portaaviones en el Mediterráneo. ¿Qué pudiera ser menos "realista" que eso? Dada nuestra larga y desagradable historia con Khadafi y los muchos signos de rebelión inminente, esto parece demostrar un nivel inusual de despreocupación.

Si el otro lado en esta discusión tiene la razón, o incluso en la medida en que tenga la razón, entonces estamos siendo advertidos de que habrá en nuestro futuro una Libia mutilada y traumatizada, sin importar qué hagamos. Si ése es el caso, una política gradual e improvisada es la menos pragmática. Aun cuando Khadafi temporalmente supere la situación, como parece pensable, y nos cubra a todos de verg­üenza con ello, aún tendremos todas las opciones disponibles de nuevo. Permítannos al menos la esperanza de que ciertas excusas ya no estén disponibles la próxima vez.

Fuente: Slate Magazine (Traducción de Andrés Shelley)
Distribuido por The New York Times Syndicate

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