jueves, 3 de noviembre de 2011

Tras las elecciones, llegó el tiempo de los ajustes

Por Alcadio Oña - Diario Clarín (aona@clarin.com)
El atraso tarifario estaba debajo de la alfombra. Y pronto las casas de familia entrarán en la tanda.

Era un secreto a voces que, pasadas las elecciones y asegurado el triunfo de Cristina Kirchner , el Gobierno iba a meter mano en los subsidios. Porque, además de indiscriminado, si no irracional, el sistema ya luce definitivamente insostenible y pega directo en cuentas fiscales cada vez más apretadas. Así de claro.
Entre enero y septiembre, se gastaron $ 31.200 millones en sostener las tarifas de luz y gas, casi tres veces más que el costo de la Asignación Universal por Hijo . Y $ 14.400 millones, en trenes, subtes y colectivos. Parece muchísimo, pero será poco al fin del año, pues esas partidas están hoy prácticamente agotadas.

Es una factura que ha crecido de manera exponencial. Sólo comparados con los del mismo período de 2010, los subsidios energéticos aumentaron nada menos que un 74 % y arriba del 60 % los del transporte.

El Gobierno decidió avanzar por el costado políticamente menos doloroso : entre otras, perderán el beneficio las compañías petroleras, las telefónicas y los grandes aeropuertos. Pero aún incluyendo el traspaso del subte a la Ciudad, el ahorro de $ 1.300 millones anunciado ayer parece nada contrastado con la montaña de plata en juego. Quedó claro, en las declaraciones de Amado Boudou y Julio De Vido, que pronto les llegará el turno a los consumos domiciliarios de electricidad y gas : el ministro de Economía habló de Puerto Madero, su barrio, y de los countries. Eso sí, evitaron usar la palabra tarifas: por “las tapas de los diarios”, admitió De Vido.

Pero no hay manera de reducir los subsidios domiciliarios si no es a través de las tarifas. Así sea con aumentos graduales, que dejen afuera a los sectores de bajos recursos y caigan, de menor a mayor, sobre las capas medias y altas : justamente, el modelo en el que trabaja Planificación. Boudou dijo que habrá equidad en la distribución de las cargas, algo parecido a aceptar que hasta ahora no la hubo. Y efectivamente no la hay: estudios privados han demostrado que los sectores de altos ingresos sacan mucho mayor provecho del sistema que aquellos anclados en los últimos escalones de la pirámide social . Tampoco sobra equidad, cuando en el interior la luz, el gas y el transporte salen más caros que en la Capital Federal y el conurbano.

Nadie cuestiona, ya, los subsidios, a condición de que vayan de verdad a quienes los necesitan . Tal cual fueron aplicados hasta ahora fomentan, incluso, el derroche de bienes tan escasos como electricidad, gas y agua: se entiende, entre los más pudientes. Hay otro requisito básico: que sean dirigidos directamente a los usuarios, en vez de a las empresas, como pasa actualmente. Además, eso serviría para despejar las sospechas que siembra un régimen enmarañado y poco transparente .
No vendría mal que la calidad de los servicios fuese incorporada al paquete. ¿Alguien puede asegurar que con tarifas más razonables desaparecerán los cortes de luz y la gente viajará mejor en trenes y colectivos? Finalmente, una pregunta cae por su propio peso: ¿ por qué no se decidió empezar antes , si el sistema tiene los defectos que los funcionarios reconocieron? Y la respuesta es igualmente obvia: porque reportaba votos y porque el kirchnerismo siempre eludió pagar costos políticos. Como otros, el problema fue arrojado debajo de la alfombra, hasta que encararlo resultó inevitable .

Jamás el Gobierno llamará ajuste a las decisiones que han empezado a tomar forma. Así suenen a razonables, se le parecen bastante.

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