domingo, 17 de mayo de 2015

Hora de revertir nuestra decadencia

Editorial I del diario La Nación
Los episodios vividos en el clásico Boca-River deben ser una oportunidad para reflexionar sobre el camino de autodestrucción en el que estamos inmersos

Los lamentables hechos ocurridos el jueves pasado en la popular Bombonera, durante el clásico Boca-River, pusieron de manifiesto algo más grave que los niveles de violencia social característicos de la Argentina actual. Nos demostraron que asistimos a una nueva moral pública, donde cualquier acción violenta parecería estar eximida de sanción y donde cualquiera siente que puede agredir impunemente.

Tras la barbarie vivida en el estadio de Boca se extendió por el país un eco de lamentos con no poco de hipocresía: nadie puede sorprenderse por las imágenes de salvajismo que se vieron, empezando por la insólita agresión sufrida por los jugadores de River, siguiendo por la escasa solidaridad que encontraron en sus colegas de Boca, por la espantosa actitud de plateístas que arrojaban botellas a los integrantes del equipo visitante, por la ya nunca llamativa inoperancia policial y por el fácil ingreso de elementos pirotécnicos, como bengalas, y hasta de un drone de altísimo costo. Lo verdaderamente extraño es que no sean más frecuentes hechos como los del jueves.

Una reciente encuesta de opinión pública, encargada por LA NACION, reveló con crudeza que el 79% de los argentinos sienten que viven en un país que la mayor parte del tiempo está al margen de la ley.

No es nuevo ese calamitoso estado social. Lo novedoso es la aceleración del deterioro: el país está al margen de la ley más acentuadamente desde que comenzó décadas atrás su declinación, porque ha encontrado un gobierno desinteresado en la preservación del orden. Y que, más de una vez, se ha convertido en virtual promotor de los caos.

Cabe preguntarse si sentirá algún remordimiento frente a lo sucedido en Boca-River un gobierno que ayudó a organizar y financiar, años atrás, una representación colectiva de barras bravas, como si se tratara de introducirlas ante el mundo como modelo de diplomacia, cultura popular y deportes. ¿Sentirán algún arrepentimiento los dirigentes que negocian el ingreso a los estadios de personajes patibularios, inculpados hasta de asesinatos y sospechados de relaciones con el narcotráfico?

La comunión entre dirigentes del fútbol y de la política es parte del entramado que ha llevado a ese deporte profesional a la situación que atraviesa en la Argentina. ¿Nada les dice, cuando observan a menudo los partidos que se juegan en estadios europeos, que una modesta valla, que podría sortearse fácilmente, separa a los jugadores de los espectadores? ¿No se les ocurre pensar que en ese frágil hilo divisorio de aguas se encuentra la metáfora de dos culturas, de dos estadios de civilización? ¿No les importa a las buenas gentes, víctimas también ellas, de una manera u otra, vivir en este estado de degradación social e institucional?

Lo ocurrido es una expresión más del cuadro de corrupción y de impunidad en que se desenvuelven las instituciones argentinas. Corrupción hay en muchas otras partes, como en Brasil, pero en ninguna otra parece normal que un vicepresidente procesado más de una vez siga en su cargo. La corrupción desde arriba se extiende como un torrente hacia abajo y lo ocurrido en la cancha de Boca es apenas un ejemplo más de esa derivación.

La corrupción ha corroído los cimientos del capital social que sostiene el andamiaje de la convivencia. Al correrse los límites de lo prohibido y lo permitido, cualquier violación de las normas parece encontrarse eximida de sanciones. Nadie siente que debe respetar nada y hasta se festejan las tropelías.

Al mismo tiempo, se mira desde no pocos sectores con antipatía toda la estructura institucional, en tanto que ésta tendería a poner límites a los desbordes en función del bien común, que incluye a las futuras generaciones. El problema reside en que el populismo suele ignorar el futuro y los valores permanentes, para concentrarse en el corto plazo.

Los alarmantes niveles de desintegración social y decadencia moral que atraviesa la Argentina se asientan en una larga serie de factores que podrían resumirse en pocas líneas aunque difícilmente se agoten en esta lista:
-Un discurso oficial que tiende a enfrentar a unos argentinos con otros argentinos.
-La mentira como política de Estado.
-Los altos niveles de inseguridad y la falta de determinación ante la necesidad de aplicar la ley.
-La corrupción generalizada, que permanece impune y que hasta es justificada con el tristemente conocido argumento "roban pero hacen".
-El desarrollo de redes mafiosas que se van enquistando en la propia estructura del Estado.
-El avance del narcotráfico.
-Los elevados niveles de pobreza estructural.
-El declive educativo y el creciente debilitamiento del principio de autoridad en la escuela.
-El atropello, nunca visto en democracia, contra las instituciones, la independencia judicial y los valores republicanos.

Los violentos episodios vistos por millones de telespectadores en un acontecimiento que en cualquier país normal hubiera sido una fiesta deportiva, con todo, podrían significar una oportunidad para que la sociedad argentina, cada familia en particular, reflexione sobre el camino de autodestrucción en el que estamos inmersos. Un camino que se percibe con igual intensidad en nuestra dimensión de país que mira al mundo y en nuestra intimidad de pueblo que no termina de mirarse a sí mismo..

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