lunes, 11 de mayo de 2015

La batalla de los Brics. El resto del mundo no se rinde

Por Federico Merke  | Para LA NACION
Aunque se citan con frecuencia sus dificultades económicas y sus conflictos políticos, Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica, hace años la promesa de un mundo reconfigurado, obligan a afinar los análisis: si bien los Brics no revolucionaron el orden conocido, en buena medida lograron traducirlo a sus intereses
 
Si en 2001, cuando se acuñó la sigla, eran el signo de una reconfiguración global del poder y de la emergencia de un nuevo orden internacional, los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) concentran hoy las miradas desilusionadas de muchos inversores y analistas globales. Se citan sus desafíos económicos internos, la disminución de la velocidad de su crecimiento, su volatilidad y sus conflictos políticos. Se señala a otros países -Turquía, Indonesia, Nigeria, México, entre ellos- como las nuevas promesas emergentes.

Sin embargo, los Brics -que concentran más del 20% de la actividad económica mundial y casi la mitad de la población del planeta- son países tan diversos en sus perfiles económicos, geopolíticos, estratégicos y culturales como similares en un logro nada menor: haberse convertido en un espacio de contestación y experimentación política y económica que desafía tanto al antiguo clivaje Norte-Sur como a quienes se ilusionaban con una asociación estratégica que los Brics parecen lejos de haber logrado.


Foto: LA NACION

A simple vista, los países que conforman el grupo Brics (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) no parecen tener mucho en común. El producto bruto de China es de lejos superior al producto combinado de los otros cuatro países. El caso extremo es Sudáfrica, con un PBI que es apenas el 3% del PBI chino y su presencia en el grupo se explica más por la geografía que por el volumen.

Los perfiles económicos también son ciertamente distintos. China lidera el comercio de manufacturas; la India se enfoca en los servicios, y Rusia y Brasil exportan principalmente productos primarios. En términos geopolíticos, Rusia es una superpotencia declinante, mientras que China es una potencia en ascenso. El gasto militar chino es casi tres veces el gasto ruso y unas treinta veces el gasto sudafricano.

En el plano político, Brasil, la India y Sudáfrica son democracias, con sus más y sus menos, y tienen poco que ver con regímenes autoritarios competitivos, como el ruso, o autoritarios burocráticos, como el chino. En términos estratégicos, Rusia, China y la India poseen arsenales nucleares. Sudáfrica los tuvo y se deshizo de ellos. Brasil exploró la posibilidad tiempo atrás, pero nunca avanzó en esa dirección. Finalmente, Rusia y China gozan del poder de veto que les da su lugar permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Brasil, la India y Sudáfrica aspiran a sentarse a esa mesa chica, sin mucho entusiasmo del lado chino o ruso.

Lo interesante del caso es que a pesar de esta diversidad, los cinco países han logrado establecer importantes acuerdos, como el Banco de Desarrollo o el fondo de reservas, y se han posicionado como la cara visible de una sociedad internacional en transformación.

Así las cosas, los Brics tienen más cosas en común de las que imaginamos. A nivel global, para comenzar, ninguno de los cinco juega a desafiar abiertamente el poder de Estados Unidos. Articulando ideología y pragmatismo, combinan instancias de cooperación, oposición y distanciamiento según sea el caso. Y tiene sentido. Son países que aún necesitan crecer y modernizarse, con mucha deuda social interna, y por lo tanto están más preocupados por el crecimiento interno que por ocupar el puesto número uno en la jerarquía de la política internacional.

A nivel regional, los cinco países buscan ejercer el liderazgo, aunque todos ellos con resultados moderados marcados por una brecha considerable entre expectativas y realizaciones. Esto no impide, claro, que se presenten ante el mundo como potencias regionales, o como líderes, aunque sin muchos liderados. Y las potencias regionales buscan algo muy concreto y es evitar la intromisión de potencias extrarregionales en lo que consideran su vecindario natural.

En el plano económico, se trata de países que experimentaron altos niveles de crecimiento y, por lo tanto, no sólo son poderes emergentes, sino también economías emergentes con clases medias en ascenso. Es verdad, la economía los ha golpeado fuertemente, en particular a Rusia y a Brasil, pero una lectura economicista de los Brics debería recordar que estos cinco países representan más del 20% de la actividad económica y casi la mitad de la población mundiales.

Sin ideologías que vender

En el plano ideológico, también tienen algo en común y es que ninguno tiene una ideología que vender al mundo. El desarrollismo brasileño, el excepcionalismo chino o el nacionalismo ruso son productos demasiado endógenos como para seducir a potenciales seguidores. En otras palabras, el poder blando de estos países, quizá con la excepción de Brasil, es aún un recurso poco desarrollado. No teniendo ideología que vender, sin embargo, tampoco están dispuestos a abrazar ciegamente las ideas y prácticas de la constelación occidental. En este sentido, los cinco países despliegan un importante apego a la soberanía, a la no intervención, al cultivo de las diferencias y a la idea de un Estado fuerte con una amplia participación en la vida económica del país.

Los cinco miembros del grupo serán capitalistas, pero cada uno gobierna el capitalismo de modos bastante distintos y cada uno, a su manera, resiste las presiones externas por más cambios internos. Siendo así, el malestar de los Brics con el statu quo no es sorpresa. El peso que poseen en el FMI alcanza, en conjunto, el 11%, cuando su actividad económica duplica ese porcentaje. El voto de Bélgica y Holanda en el FMI, sumados, supera al voto de China. Esto explica por qué estos países han buscado establecer sus propios mecanismos financieros. Y explica, también, por qué América latina se financia más con créditos chinos que con créditos del BID y del Banco Mundial juntos. Finalmente, Brasil, China, la India o Rusia se han convertido en actores de veto. Podrán no imponer sus preferencias, pero tienen el poder para bloquear iniciativas que no son de su agrado.

Sumando estos elementos, encontramos que el grupo Brics no es interesante como marca o asociación estratégica, la cual aún exhibe importantes déficits de acción colectiva. Su relevancia se debe a que son expresión de un fenómeno más extenso que tiene que ver con "el ascenso del resto", como suele definirse a este proceso. Así, los Brics resitúan el sur global, no como un espacio de coordinación estratégica, pero sí como un espacio de contestación y experimentación en una sociedad internacional en donde el poder, las preferencias y los valores están cada vez más dispersos.

Esto no significa, sin embargo, un mundo enteramente distinto al ya conocido. Estados Unidos aún continúa ejerciendo una enorme influencia en los asuntos mundiales. Más aún, la sociedad internacional funciona en un marco en donde el capitalismo está cada vez más globalizado, y la democracia y los derechos humanos buscan expandirse en el marco de una sociedad civil global. Los Brics no vienen a tirar por la borda estos arreglos, pero sí a traducirlos para acomodar sus intereses a las preferencias de los países prósperos de la órbita occidental. Hasta ahora hemos visto el ascenso del resto. Aún queda por ver el resto del ascenso.

El autor es director de las licenciaturas en Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.

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