sábado, 18 de noviembre de 2017

Una nave que gritaba antigüedad en plena era digital

Por Marina Aizen - Clarin.com
Una periodista de Clarín recorrió el submarino perdido durante los días en que estuvo en reparación 
Una nave que gritaba antigüedad en plena era digital
La idea de un submarino despierta una fantasía enorme, que está potenciada por las películas que alguna vez vimos sobre la Segunda Guerra Mundial. En ellas, los submarinos son naves amplias, que se vuelven emocionantes cuando los oficiales pueden ver con claridad por la mira telescópica un objetivo buscado. O cuando suenan alarmas y se cargan torpedos manualmente. Pero nada de eso ocurre en la realidad. Al menos no con el submarino ARA San Juan.

Visitamos ese submarino cuando estaba en el astillero de Tandanor, en la Isla Demarchi para la revista VIVA. Le estaban haciendo lo que se llama una “reparación de media vida”. Es decir: poniendo a punto todos los sistemas clave de la nave, sus habitáculos, sus motores, hasta sus baños… En primer lugar, se trata de una nave de superficie realmente estrecha, agobiantemente estrecha, en la que apenas uno se puede mover.

El ARA San Juan es un sumergible de 1985, más nuevo que la Segunda Guerra, pero que tenía aspecto igualmente viejo: el color amarillo ocre de sus paredes de metal, el piso de goma negro, la forma de sus perillas… Todo gritaba antigüedad en la era digital. "Se trata de una nave de superficie realmente estrecha, agobiantemente estrecha, en la que apenas uno se puede mover..."

Aún en tierra, la sensación que provocaba era de angustia por el encierro. En un submarino no hay renovación del aire, se convive con todos los olores de los compañeros de la tripulación (el cocinero es un eje clave para controlar la salud digestiva de la gente a bordo), no hay intimidad alguna. No existe la soledad. O la posibilidad de tener un ataque de claustrofobia. Es un constante transcurrir cotidiano en un lugar comprimido, con luces mortecinas, en un vehículo que anda junto a las ballenas sin poder verlas. No existen submarinos con ventanas. Al menos no los que tienen fines militares, como este.

Hay algo de heroico en los submarinistas, porque de otra manera no se comprende cómo se pueden atravesar campañas largas para cuidar las fronteras marítimas del país en lo que, en definitiva, es una lata que tiene capacidad de sumergirse gracias al cambio de presión que ocurre en su interior. Pero así lo han hecho los valientes submarinistas que se enfrentaron a los barcos británicos durante la Guerra de Malvinas: jugaron durante días a un auténtico juego del gato y el ratón. Y lo único que podían sentir era los golpes del sonar enemigo en la escotilla. De eso nos hablaron con emoción el día que visitamos el ARA San Juan, mientras estaban desarmándolo. Ellos más que nadie entienden cuán terrible es la noticia de que ahora esté perdido.

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